Desde hace ocho meses y dos días todos mis sueños se han ido tiñendo progresivamente de agua. Anoche era un delfín que surcaba el mar y, de improviso, cuando me engullía una ballena gigantesca y todo se vovió oscuro, desperté.
Todavía olía a mar. Me ha venido a la cabeza aquella vez que fuimos a pasear por la playa y acabamos comiendo fruta mientras anochecía. Albaricoques que se deshacían en fragante zumo al morderlos. Habría querido sentir las manos pegajosas así de nuevo.
Habría querido mirarle a los ojos. Querría tener tantas cosas que se han ido.
He arreglado la estrecha cama con dedicación monástica y, como es ya costumbre, me he puesto a pedalear para cargar la batería general de mi minúsculo apartamento. Encuentro que escribir se ha vuelto más necesario que nunca. Después iré a recoger el agua destilada del aire de esta noche en mi ingenioso condensador.
No se si es el término correcto, pero he oído a otros llamarlo así.
Beberé mi ración de agua, revisaré el huerto vertical y me sentaré unos minutos junto a la lamparita del balcón. Cada vez se ven menos luces alrededor. Miraré al cielo en espera de esa lluvia que dicen que no llegará ya nunca.
Tengo tantos recuerdos felices de aquellos arcoiris que se formaban alrededor de las cascadas. Ahora todo es aire impregnado de polvo.
Hoy tampoco saldré, no es necesario y es mejor quedarse dentro. Seguir pedaleando para acumular energía, al menos eso puedo hacerlo. Así el sonido de correas de transmisión aplaca el silencio. Así tengo la impresión de que sigo adelante y no me rindo.
Así cada día.
Vanishing Memory Log
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