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Nunca he soñado con tener una casa mía. He soñado muchas casas, pero nunca eran mías, nunca llevaban mi nombre, sino muchos, u otros. Me conozco cada esquina de aquel hogar de humo en el que íbamos a vivir todos los de aquel entonces, éramos tantos... Me gusta imaginarlas, construirlas en mi cabeza, me sale fácil. Llenar el espacio, abatir los muros; poner, pocos, objetos. Pero la idea de poseer, sólo yo, mi lugar en el mundo, mi firma en la escritura, aquí me podrás encontrar siempre, eso, por algún motivo, me desasosiega. No se trata de estar sola en un espacio, soy un animal territorial, tiendo a crear mi guarida de un modo u otro y la defiendo. Tampoco es que me asusten los trámites, me divierte buscar propiedades, trabajar en ello, poner pintura, sudar el traslado, crear las mil y mil listas para que no falte nada y todo llegue a tiempo. Lo he hecho, algunas veces, gratis y pagada, nunca para mi. Ahora los vientos traen ideas de inversiones en ladrillo y pienso en un mundo en el que pudiera poner mi nombre con el de otros, sueño la comuna o la trashumancia, porque a nadie nos llega. Pienso que para qué poseer si no voy a trascender. Querría colaborar. Siempre me siento más llena participando en los sueños de otros. Construir una tribu más que una renta. Se impone la cordura, se debería imponer la cordura. Le pondré una cuerda y haré un bouquet de flores con todas estas ideas extravagantes, hasta que marchiten.