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La semana pasada me dijo mi acupuntor que en su país, en China, la miopía se cura mirando lejos. Mientras me lo decía no entendí el significado implícito de sus palabras, pero puede ser que haya pasado la vida mirándolo todo muy de cerca, demasiado cerca y eso explicaría muchas cosas.

El caso es que he recordado sus palabras justo cuando terminaba de subir esta colina. Con el corazón todavía latiendo desbocado. Mientras contemplo esta enorme extensión de nieve perfecta. Creo que hasta este momento nunca había mirado tan lejos. No se trata de un vacío infinito de noche estrellada, sino de tierras y campos y árboles y casas esparcidas aquí y allá, iluminadas por un cielo metálico que rebota en la nieve.

Un blanco inmenso salpicado de vida, sin los acostumbrados abarrotamientos de mi ciudad. Es cierto, mis ojos no se acostumbran a mirar tan lejos, no encuentran paz en tanta calma, la miopía se aloja en un lugar más profundo de mi mente que se resiste a abrirse a este horizonte magnífico. Será por eso que inmediatamente, he encendido esta pantalla.